En torno a las 09:00 horas del 31 de diciembre falleció el Papa Emérito Benedicto XVI. Se fue como renunció. Sin hacer ruido, sin querer ser protagonista, pese a que desde que dimitiera como Papa, en febrero de 2013, abriendo una puerta inédita en la historia moderna de la Iglesia, muchos intentaron utilizarle como ariete contra las reformas de su sucesor, Francisco. Benedicto XVI ya es historia: acaba de fallecer, pocos meses antes de cumplir los 96 años, después de complicaciones respiratorias agravadas por mor de su edad, agravadas durante los días previos a la Navidad.
Aunque no hay Estatuto del Papa emérito, se prevé que sus exequias sean similares a los de la muerte de un Papa en ejercicio, aunque sencillo como quería el Papa fallecido. Se enterrará en la cripta vaticana. Eso sí: no habrá cónclave. No hay que elegir sucesor de Pedro. Y no hay que hacerlo porque el 11 de febrero de 2013, en latín y sin avisar (de hecho, sólo la periodista de ANSA se percató de lo que había dicho), Joseph Ratzinger anunciaba su renuncia al trono del Vaticano. Una renuncia inédita en la historia moderna de la Iglesia católica (el último en hacerlo fue Celestino V, el Papa ermitaño, en 1296), y que marcó un antes y un después en el futuro de los Papas. Hoy, nadie duda de que Francisco, llegado el momento, dimitirá. De hecho, sus problemas en la rodilla han desatado multitud de rumores.
Que la renuncia de un Papa sea el hito más relevante de un pontificado dice mucho del estado de salud de la Iglesia católica que gobernó Benedicto XVI entre 2005 y 2013, tras el espectacular pontificado de Juan Pablo II. Ocho años marcados por los escándalos (las filtraciones de documentos vaticanos, en dos tandas -los famosos 'Vatileaks-, pusieron negro sobre blanco la corrupción en la curia vaticana y las luchas de poder en la Santa Sede) y con el estallido de la pederastia a nivel mundial.
Ratzinger, que gobernó con mano de hierro, durante décadas, la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición), condenando a teólogos progresistas y señalando que, fuera de la Iglesia católica, no había salvación, no supo ejercer el mando de una institución cuando llegó a dirigirla como Papa. Quienes le conocen, asumen que lo hizo porque no le quedaba otro remedio, tras la muerte de Karol Wojtyla.
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